Un discurso para la historia.



Un país sin memoria es un país sin identidad


Al igual que años anteriores el discurso público se hace presente en las aulas, por ello cada joven debía preparar el suyo, manifestando un tema libre. Por ahí los nervios y ansías comienzan a florecer, quizás algunos temían más a la imagen de la profesora que a la misma nota. En fin, la escena se volvía un tanto repetitiva y el ambiente era símil a de un funeral, casi como si la hora de sus muerte se aproximara paulatinamente. Si al minuto de dar el discurso las pulsaciones estaban a mil, ni imaginar si el contexto fuera un bombardeo a la mismísima Moneda, con un golpe de Estado a la vuelta de la esquina. Ahí sí que da para preocuparse y tener nervios de acero.

Otro año más pasa en la historia de Chile de aquella coyuntura que transformaría en todos los aspectos al país de la larga y angosta franja de tierra. ¿Olvidemos? Jamás, una mala característica del chileno es su memoria frágil, la cual se debe irrigar constantemente o si no se seca, al igual que ese arbusto mal cuidado y que crece torcido, como grandes paisajes de la historia chilena. Seguirán cayendo hojas en el calendario y podrán pasar otras cuatro décadas y la mancha en Chile producto de la Dictadura jamás se borrará. Se dirá hoy, mañana y pasado, se dirá el otro año, el próximo y así sucesivamente, y la frase será la misma de siempre. Ni perdón ni olvido.

Un día triste que dejó sinfines de caídos, familias destruidas, un país devastado, un antes y después, héroes anónimos y un gran discurso. Precisamente ese  último discurso de Salvador Allende certificaría que era dueño de una labia prodigiosa.

“Para batir al hombre de la paz
tuvieron que bombardearlo hacerlo llama
porque el hombre de la paz era una fortaleza
Para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia”
                                         Mario Benedetti.

El hombre que llevaba como médico de profesión y la revolución en su corazón, habló en cinco oportunidades por intermedio de la radio durante la mañana del 11 de Septiembre, cuyas primeras cuatro alocuciones fueron emitidas por radio Corporación (la del partido Socialista). Finalmente el quinto y último discurso se difundió únicamente por radio Magallanes, considerando que a esa altura diversas emisoras ya no estaban al aire, con excepción a una que se dignaba a exponer los discos de  Los Quincheros…

El panorama se venía gris, en un momento tan delicado, por lo general cualquiera quedaría paralizado y con la mente prácticamente en blanco. Con muy poca capacidad de reacción y de razonar. Algunos apegándose a su “luz divina” u otros maldiciendo a medio mundo.  Increíblemente Allende no hizo ni lo primero ni segundo, es más cuesta creer que realizara una alocución de esa dimensión, improvisando con elocuencia y elegancia un discurso para la historia.  Ratificando su poderío con el mundo de las palabras, dejando entre ver ese don que pocos poseen. Ante tanta tensión, en ninguna instancia se dejó entre ver un dejo de nerviosismo, alguna palabra mal mencionada o una frase mal hilvanada, muy por el contrario y jamás convocando a su gente para que se sacrifiquen por él. La historia los juzgará mencionó, puede tener razón, sin embargo, la justicia increíblemente aún brilla por su ausencia.

Con magnánimo discurso no sólo quedó escrito en la historia nacional, sino que se instauró en la retina de cultura de la humanidad, convirtiéndose en un patrimonio dignísimo de escuchar una y otra vez.


“Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”

Te odio.


       ¿Qué sería del fútbol sin un máximo archirival
¿A quién se le dedicarían cánticos? 
¿A quién se le va querer ganar a toda costa?


Un padre regalonea a full con su pequeño hijo, todo va de maravillas, poco parece importar que “el regalón” tenga la casa convertida en un vertedero, nada irrumpe con el amor paternal, hasta que el niño osa en decir la palabra inhibida, esa que no se debe pronunciar en el hogar. El nombre del archirival.

Por más que algunos detractores de este deporte se esmeren en decir que sólo es un juego, sabemos muy bien que la cosa no es así, al contrario, y qué mejor que verificarlo analizando el rostro de algún hincha después de ganar o perder un clásico. Si es que sale vencedor todo le es felicidad, le da lo mismo si sube o no el valor del transporte público o el pan, sin embargo, si es derrotado no se le puede hablar por un largo período. El fútbol muchas veces es el responsable del estado anímico de la semana siguiente.

La caprichosa nos hace diversos regalos, el amor y fidelidad a un club, alegrías y tristezas de vivir aquella adhesión, ídolos, momentos sublimes y verdaderos funerales futboleros y hay que decirlo también nos da un eterno adversario. Ese equipo que no se puede ver, al cual se le desea lo peor de lo peor, al que se mira de reojo, ese que se aborrece pero se necesita. Tal como escribió García Márquez: “El odio y el amor son pasiones recíprocas”.

Pareciera extraño, insólito e irónico, pero esta rivalidad mutua y declarada pareciera indicar que el contrincante por excelencia “da lo mismo”. No obstante, ambos se solicitan e inclusive se buscan constantemente. El hincha común y corriente que en su vida cotidiana satiriza con la situación del rival, provocando y buscando la respuesta inmediata o los propios jugadores lanzando dardos a su querido rival y anhelando que el juego coexista una recíprocidad.

Numerosos procedimientos se ejercen para manifestar todo el “amor” que se siente hacia el despreciado contrincante. De partida no se nombra, pues claro mejor ejercer un sinfín de epítetos para evitar llamarlo por su verdadero nombre, por ello es normal escuchar equipos con el calificativo de: la contra, los de la vereda de al frente, los otros o también calificarlos por su posición en la Tabla. Soslayar cualquier tipo de noticias relacionada a ellos. Una que otra morisqueta no viene mal. La irracionalidad y la pérdida de raciocinio es un “mal” que se adopta con el fútbol, por entonces no es anormal que una “salida de madre” se adueñe del hincha y le dedique un tierno rosario al club opositor. Siempre hay un jugador insigne en un club, bueno con él siempre se va a ensañar, por lo general. 

La rivalidad es buena, ya que hace aún más atractivo este deporte y genera un condimento especial. No obstante, es cuestionable todo acto de violencia, porque cualquier persona con un poco de educación y cultura no llegaría a los golpes tomando como excusa su club de fútbol.

Ya en el momento en que se empieza a palpitar el encuentro con el rival todo es distinto, una mezcla de ansias y nervios florecen en un santiamén y se adueñan del seguidor, es el partido que no se puede perder y se gana como sea y cuando es "como sea" es literal. Se gana como sea, así de breve y conciso. En el pitazo inicial se experimentan transformaciones que sólo un duelo trascendental puede generar, como aquel hincha que se vuelve religioso siendo ateo o ese que en su vida ha prendido un cigarrillo y de tantos nervios ya se ha fumado la cajetilla. Eso y más generan las aspiraciones de imponerse al máximo rival. Si se vence es sinónimo de seis meses de tranquilidad, de lo contrario son largos seis meses de angustia, impaciencia y añorando el próximo encuentro.

¿Apoyar al rival por el bien del fútbol nacional? ¿Qué es eso? Debe ser un chiste de mal gusto. Seamos sinceros y no hipócritas, nunca se va pretender ver celebrar al hincha antagonista, por muy familiar o amigo que sea.

"La medida de nuestro odio es idéntica a la medida de nuestro amor"
Carlos Fuentes.

Por último, aún no se logra comprender a aquellos que crucifican una rivalidad futbolera, que hablan de un fanatismo idiotizado y satanizado.

Si el tema es más que sencillo, uno quiere ver a su equipo festejar y al archirrival hundido en el abismo de la derrota. Es la esencia del fútbol.